1. Introducción: El conocimiento histórico leonés con respecto al período prehispánico.
En términos generales, la conciencia leonesa con respecto a sus raíces prehispánicas se limita a vagas referencias geográficas sobre zonas actualmente urbanas donde, años atrás, existían aún los restos arquitectónicos de pequeños asentamientos precolombinos. La escasez de información al respecto se resume perfectamente en un breve párrafo extraído de la página Web oficial del Municipio, donde se establece que:
“En el municipio existen diez zonas arqueológicas en su mayoría de la cultura de Chupícuaro del horizonte Preclásico. Del horizonte clásico se han encontrado reveladores vestigios de las culturas teotihuacana y tolteca, con toda la trascendencia histórica que éstas revisten.”
(H. Ayuntamiento de León, s.f.d.)
En realidad, varios de los sitios a los que dicho párrafo se refiere han sido arrasados en su totalidad, pero por fortuna aún es posible rescatar un gran caudal de invaluable información con respecto a esos y muchos otras zonas arqueológicas ubicadas en las inmediaciones
de León.
Por otra parte, el público en general rara vez se entera de los avances en materia arqueológica e histórica, en gran medida debido a una escasa difusión por parte de los propios investigadores responsables.
Por ejemplo, la abrumadora mayoría del público desconoce que el número de sitios arqueológicos registrados hasta la fecha en el Municipio de León es de 30, y que dicho número de hecho puede incrementarse de manera proporcional al aumento en las investigaciones arqueológicas en el área.
El presente estudio pretende esbozar brevemente la enorme importancia que tuvo el área geográfica que hoy ocupa el Municipio de León en tiempos prehispánicos, con la esperanza de incentivar la conciencia histórica de nuestra sociedad, así como también realizar un llamado de atención a las autoridades, ya que la investigación arqueológica puede, inclusive a corto plazo, generar áreas turísticas de gran interés, que por supuesto pueden significar una determinada derrama económica para la entidad.
2. Definición y Orígenes de la Cultura Chupícuaro en el Estado de Guanajuato.
Antes de poder discutir la importancia de la región leonesa durante el período prehispánico, es necesario definir la Cultura Chupícuaro, cuya expresión material y aspectos sociales suelen ser prácticamente desconocidos para el público incuso especializado, con la obvia salvedad de su característica cerámica polícroma (Figura 1).
Figura 1. Pieza cerámica policroma, Cultura Chupícuaro.
El nombre Chupícuaro “proviene de un punto situado en la confluencia de los ríos Tigre –o Coroneo- y Lerma, cerca de Acámbaro, Gto. Hoy día lo cubren las aguas de la presa Solís” (Schöndube 1988: 119). Aunque el sitio fue formalmente estudiado a mediados de los cuarentas, en realidad el primer reporte de la Cultura Chupícuaro ocurre en 1927, curiosamente catalogando sus materiales como tarascos con base en la calidad de su cerámica (Mena y Aguirre 1927: 55-64; citado en Schöndube 1988: 119).
Por su parte, Beatriz Braniff (2001: 95-100) expone que Chupícuaro era simplemente un cementerio, si bien comenta que la cantidad y calidad de las ofrendas encontradas hacían del sitio arqueológico uno muy interesante, pero que se desconocía –en los cuarentas- el resto de su complejo cultural.
“Por fortuna, investigaciones recientes efectuadas en Guanajuato y Querétaro han salvado algo de este importante complejo cultural, y ahora se propone que Chupícuaro y la región circundante representan una unidad político-territorial de gran importancia37 (fig. 22) que incluye una arquitectura de plataformas, patios y montículos38 que fue la base de posteriores desarrollos.” (Braniff 2001: 100; anotaciones en el original, citando a Crespo [1992] y a Castañeda y Cano [1993], respectivamente).
Las observaciones de Braniff con respecto a la naturaleza de la Cultura Chupícuaro resultan hasta cierto punto vagas y poco actualizadas, pero ilustran la agudeza de la falta de información incluso a nivel de investigadores.
No obstante, la conjunción de los datos de Porter (1945,1956) con investigaciones de vanguardia (Darras y Faugère 2005; Darras 2006; Faugère y Darras s.f.d.) permiten, en efecto, comenzar a definir por fin las características tanto materiales como sociales de la Cultura Chupícuaro. Este punto es de crucial importancia, ya que en la medida que se comprenda la Cultura Chupícuaro, se entenderá la secuencia e historia ocupacional de la región leonesa.
En primer término, debe entenderse que, aunque la Cultura Chupícuaro se desarrolla per se en la región de Acámbaro, pertenece ante todo a una esfera cultural mayor que, al menos desde el Preclásico Medio “abarcaba una gran parte del Occidente de México” (Faugère y Darras s.f.d.: 3). En efecto, a partir de 600 a.C., grupos de agricultores de la tradición Chupícuaro comienzan a poblar el valle del Río Lerma, así como también los valles de sus pequeños afluentes, durante el período definido como Fase Chupícuaro Temprano (600/500
a 400 a.C.)1 .
Esta ocupación permanecería –salvo un hiato que discutiremos más adelante-, hasta aproximadamente 250 d.C., cuando los grupos chupicuarenses inician la colonización de tierras menos fértiles y se expanden hacia el Bajío, cambiando su patrón de asentamiento a favor de locaciones más elevadas (Faugère y Darras s.f.d.: 1).
Aunque como toda sociedad humana la Cultura Chupícuaro sufrió ciertas modificaciones a lo largo de su historia, a continuación procederemos a describir los rasgos que la definen. Más adelante (Vid. Infra 3. consideraciones Cronológicas) discutiremos con mayor detalle dichos cambios.
De acuerdo con Schöndube (1988: 125) en Chupícuaro no existieron restos claros de una arquitectura formal, ya que los vestigios se limitaban a “series de piedras no trabajadas cuyo acomodo en hiladas a menudo forma conjuntos bastante complejos” (Ibid.). Asimismo, Schöndube señala que los vanos localizados entre hiladas son demasiado estrechos para uso habitacional, por lo que se desconoce la forma de sus casas2 .
Salvo trozos de adobe reportados por Porter (1956: 569, citado en Schöndube 1988: 125), el único elemento de arquitectura formal consistía en:
“…una especie de drenaje hecho mediante el acomodo de piedras. Consta de una zanja encajonada por piedras puestas a los lados y lajas sobre la parte superior; fue encontrado por Porter y tiene una sección de 24 cm. de profundidad por 60 cm. de ancho (Porter, 1956: fig. 27)” (Ibid.)
Por otra parte, Faugère y Darras (s.f.d.: 2) definen que la arquitectura monumental Chupícuaro Temprano consta de un ejemplo de plataforma circular de muy poca altura y quizá escalonada con dos pequeñas gradas –posteriormente daría inicio la construcción de patios hundidos circulares (Figura 2)-, mientras que la arquitectura doméstica se define como viviendas de planta oval o circular de 4 a 4.5 m de diámetro, delimitadas por cimientos de piedra arenisca o toba volcánica, con pisos de paja y lodo endurecidos al fuego.
Figura 2. Arquitectura Chupícuaro (Patios Hundidos circulares).
(Tomado de Faugère y Darras s.f.d.).
Las autoras definen también que las estructuras habitacionales contaban con paredes de bajareque o madera, y que eran objeto de renovaciones regulares, de acuerdo con evidencia estratigráfica que reveló los cimientos sucesivos de cuatro casas idénticas (Ibid.: 2-3). Por su parte, las aldeas habrían sido, de acuerdo con los datos disponibles, simples conjuntos de casas contiguas.
Este tipo de arquitectura se mantendría relativamente sin cambios hasta 200-100 a.C., cuando los grupos Chupícuaro adoptaron la construcción de patios hundidos cuadrangulares, los cuales sin embargo no deben ser confundidos con la posterior arquitectura diagnóstica de la Tradición Patios Hundidos.
Por otra parte, la arquitectura funeraria es, hasta 400-200 a.C., prácticamente inexistente. Schöndube (1988: 123) reporta 396 contextos funerarios, la abrumadora mayoría de los cuales procedían del área denominada “Loma del Rayo”, que consistía en un sector relativamente restringido a manera de cementerio3 .
Este uso de espacios es diagnóstico de una determinada organización social por parte de los antiguos chupicuarenses, si bien de acuerdo con Faugère y Darras (s.f.d.) existe poca evidencia con respecto a un poder centralizado por lo menos hasta 200 a.C.
De acuerdo con Schöndube (Ibid.) las prácticas funerarias en Chupícuaro eran sumamente variadas, abarcando entierros tanto primarios como secundarios y parciales en todas las posiciones anatómicas posibles –excepto sedentes- y con un casi total predominio de inhumaciones directas, aunque unos cuantos infantes fueron depositados en vasijas.
Asimismo, el autor señala que los entierros en decúbito ventral o bien carecían de ofrenda o ésta era muy pobre, lo que podría ser sintomático, una vez más, de cierta jerarquía social
(Ibid.). Por otra parte, existió en el sitio una práctica sumamente arraigada de sepultar cráneos, muchos de ellos conservando la mandíbula y vértebras atlas y axis en relación anatómica, lo cual es un confiable indicador de decapitación. Muchos de estos cráneos fueron localizados de manera aislada, pero a su vez otro tanto formó parte de las ofrendas de algún entierro completo, y algunos incluso presentan agujeros para colgarse a manera de trofeos4 .
Por otra parte, aunque los restos fueron por lo general recuperados en muy malas condiciones, logró identificarse que los miembros de la tradición Chupícuaro practicaron la deformación cefálica en su variante tabular –presumiblemente erecta-, que afectaba tanto al frontal como al occipital.
También se ha encontrado entierros de perros, aunque rara vez asociados a restos humanos. Curiosamente, los entierros animales poseen ofrendas propias, por lo que “es factible que estos perros representen ofrendas a todos los muertos y no a uno en particular.” (Schöndube 1988: 124, Nota 7).
Asociadas a los entierros, y a manera de marcador, se localizaron varias depresiones rectangulares con los laterales formados con barro apelmazado, denominadas tecuiles o fogones, las cuales contenían restos de cenizas y carbón al momento de su descubrimiento, por lo que fueron asociadas con la instalación de fuegos funerarios (Schöndube 1988: 124 y Nota 8).
Por otra parte, alrededor de 400-200 a.C., dio inicio la práctica de realizar inhumaciones en fosas sencillas, aunque en el sitio denominado TR6 Faugère y Darras (s.f.d.: 6) reportan varias estructuras funerarias que se aceran a las tumbas de tiro occidentales, las cuales se componen de una fosa excavada en el subsuelo y cuyo acceso es un pozo vertical en cuyo tiro se acomodaban generalmente dos peldaños para facilitar el acomodo del cuerpo y ofrendas asociadas5.
En cuanto al patrón de asentamiento, el desarrollo regional observó un auge que se caracterizó por la ocupación de todos los valles disponibles, en un hábitat estructurado alrededor de determinados componentes ambientales, tales como el Río Lerma y sus afluentes, las tierras cultivables, pantanos, fuentes termales y yacimientos de materias primas. Esta ocupación, al parecer, se organizó siguiendo un patrón jerarquizado, aún cuando no se observa la presencia de ningún centro rector (Ibid.). Esto, sin embargo, fue también el caso de la cuenca de México en torno a la misma época.
Por su parte, la cultura material presenta a simple vista una notable continuidad, pero la estratigrafía y los métodos de datación absoluta permiten actualmente apreciar cambios sutiles en el comportamiento de los distintos materiales, de manera que ya es posible ofrecer una secuencia cronológica con respecto a la ocupación Chupícuaro, si bien por cuestiones prácticas resulta más cómodo discutir ambas cuestiones de manera simultánea en un apartado especial.
3. Consideraciones Cronológicas.
En principio, ante la dificultad técnica de establecer una cronología para la Cultura Chupícuaro, Porter (1956) definió dos períodos poco definidos –temprano y tardío- con base en la concurrencia entre determinadas figurillas y tipos cerámicos en las ofrendas funerarias. Esta pionera seriación resultó en términos generales correcta, si bien el orden de los períodos se hallaba invertido (Schöndube 1988: 121-122).
Tomando en sentido correcto los períodos de Porter, el período temprano -400 a 200 a.C.- se caracteriza por las figurillas denominadas choker (Figura 3) y la cerámica policroma café, mientras que el período tardío -200 a 150 a.C. y 150 a.C. a 0- se manifestaría mediante figurillas tipo H4 (Figura 4) y cerámica policroma negra (Ibid.).
Figura 3. Figurilla Tipo Choker (Tomado de Faugère y Darras s.f.d.).
Figura 4. Figurillas Tipo H4 (tomado de FAMSI <www.famsi.org>).
Por otra parte, diez fechas obtenidas mediante hidratación de obsidiana procedentes de materiales Chupícuaro de Queréndaro ubican firmemente su cronología entre 546 y 104 a.C. (Ibid., Nota 4).
Aún así, de acuerdo con Braniff (2001: 95) la cronología correcta sería “¿350 a.C. a 350 d.C.?”, si bien sus argumentos se limitan a señalar que:
“En relación con la cronología, algunos investigadores consideran que Chupícuaro es mucho más antiguo y no tan reciente como las fechas arriba indicadas. Unos lo remontan a 650-600 a.C. y lo hacen terminar hacia 100 a.C.39 Otros ven cómo este complejo Chupícuaro, en la región de Acámbaro, evoluciona a partir de 650 a.C. hasta un Complejo mixtlán (entre 100 d.C. y 475 d.C.) donde todavía sobreviven algunos de los elementos chupícuaro,40 según fechamientos que también son discutibles. El problema se basa, como siempre, en que hay pocos (y polémicos) fechamientos absolutos, ya la cronología en la mayoría de los casos se establece en relación con las fases Ticomán de la Cuenca de México, donde se ve claramente la influencia de Chupícuaro. Pero estas fases Ticomán tampoco son precisas: algunos autores las inician en 600 a.C.41 y otros42 en 400 a.C., y ninguno de ellos las sitúa más allá del año 100 a.C.” (Braniff 2001: 100, con notas en el original citando a Gorenstein et al. 1985, y Florance 1992, en Braniff 1988: fig. 45; Gorenstein 1985; McBride 1974, en Braniff 1988: fig. 45; Niederberger 1987, Gorenstein et al. 1985, en Braniff 1988: fig. 45; respectivamente).
Por fortuna, investigaciones recientes (Darras y Faugère 2005; Darras 2006; Faugère y Darras s.f.d.) permiten establecer, finalmente la cronología de Chupícuaro, la cual exponemos a continuación (Tabla 1).
La cronología arriba expuesta explica claramente los fundamentos de la periodificación establecida, pero no así la presencia de la Interfase o período de hiato, durante el cual los sitios -al menos en el Valle de Acámbaro- se ven temporalmente abandonados. Menos aún se esclarece el por qué, tras dicho hiato, la cultura Chupícuaro retorna impregnada de nuevos conceptos y vínculos comerciales.
4. El Corredor Lerma-Turbio y su importancia dentro de la expansión y ocaso de la Cultura Chupícuaro.
De acuerdo con Faugère y Darras (s.f.d.), existe evidencia geomorfológico y sedimentológica que indica que, durante el período de Interfase (100 a.C. a 0), el Valle de Acámbaro estuvo recubierto durante varios siglos, por un paleolago que habría formado un tapón a la altura del pueblo actual de Chamácuaro, donde se estrecha el corredor del Río Lerma. Esta situación habría sido producida por un evento sísmico que afectó también los niveles del lago Patzcuaro, produciendo una verdadera crisis regional (Israde et al. 2005).
“Los efectos sísmicos en el lago [de Patzcuaro y cualquier otro] son parte de su evolución y tienen una influencia directa en su recarga. Un terremoto causa aperturas en las fracturas de donde se producirían contribuciones al lago. Sin embargo, un terremoto también representa un fenómeno de inestabilidad de pendientes… estos colapsos y terremotos se manifiestan en el lago con el incremento en el nivel del lago, la compresión de arcillas saturadas de agua, y la generación de pequeños tsunamis… En Terremotos con características similares a los de 1845 y 1858, es evidente que la región del lago [de Patzcuaro] se comporta como una isla, resultando en daños equivalentes a IX en la escala de Mercalli. Las magnitudes de tres eventos conocidos [uno de ellos ocurrido durante el Período Clásico, alrededor de 350/400 d.C.] son mayores que 6, lo cual tuvo devastadoras consecuencias para el pueblo de Patzcuaro.” (Israde et al. 2005: 45; Fig.8, inserción nuestra).
De esta manera, los datos de Darras y Faugère (en prensa), sugieren que el evento sísmico arriba mencionado habría provocado la paulatina subida de las aguas del paleolago de Acámbaro, hasta alcanzar la cota de 1900 msnm alrededor de 400 d.C. De acuerdo con dichas investigadoras, el desagüe se habría producido de manera sumamente brutal después de 500 d.C.6, provocando una fuerte erosión en las vertientes.
Aunque aún desconocemos la fecha precisa de dicho evento, sabemos que el paleolago aún no se formaba hacia 100 a.C., ya que la mayoría de los asentamientos se encontraban entonces precisamente en el sector inundado. De esta manera, coincidimos con Faugère y Darras (s.f.d.: 8-9) en correlacionar estos eventos geológicos con la evolución del patrón de asentamiento entre 100 a.C. y 250 d.C. Siguiendo esta línea de pensamiento, los habitantes del Valle se habrían visto obligados a migrar debido a la progresiva inundación de las áreas más pobladas y fértiles.
Hasta ahora, hemos discutido largamente sobre el Valle de Acámbaro y la tradición cultural Chupícuaro, pero no hemos tenido oportunidad aún de tocar el punto central del presente estudio: la importancia de la región geográfica de León en el ámbito mesoamericano.
Nuestro interés primordial radica en primero exponer cómo se produjo el poblamiento prehispánico de la región leonesa para, en un apartado posterior, discutir su papel en la evolución de la Cultura Chupícuaro hacia la del Bajío o Patios Hundidos.
El área geográfica que recibió influencia de la Cultura Chupícuaro abarcó básicamente toda Mesoamérica Septentrional, con presencia en la Cultura Chalchihuites de Altavista, Zacatecas, en el Cerro Encantado de Teocaltiche, Jalisco; y extendiéndose ampliamente hacia el norte (Zamora 2004: 29-30). En realidad, la Cultura Chupícuaro expandió su área de influencia hacia todas las direcciones, aunque en el presente estudio nos concentraremos únicamente en su expansión hacia Michoacán y hacia el norte, a través del corredor hidrológico Lerma-Turbio.
Ya hemos mencionado que, a partir de Chupícuaro Reciente 1, la población se extiende a lo largo de todo el valle del Río Lerma y los de sus afluentes, a la vez que a partir de Chupícuaro Reciente 2 se producen los primeros esbozos de lo que más adelante se transformaría en la tradición Patios Hundidos (Figura 5), cuya morfología arquitectónica se establecería formalmente de 0 a 250 d.C. en la Fase Mixtlán aún perteneciente a la Cultura Chupícuaro.
Figura 5. Arquitectura Chupícuaro (Patios Hundidos Cuadrangulares).
(Tomado de Faugère y Darras s.f.d.).
De acuerdo con lo anterior, grupos Chupícuaro habrían llegado hasta la región leonesa, concretamente al sitio arqueológico conocido como Ibarrillas, cuya arquitectura y cerámica, de acuerdo con las descripciones, serían típicamente chupicuarenses.
De esta forma, a partir del primer núcleo localizado en el Valle de Acámbaro, “el desarrollo de las fuerzas productivas [chupicuarenses] aumenta con el incremento de la población, misma que transitaba por los vastos territorios. Por medio de migraciones se expande hacia el norte siguiendo el curso de las corrientes de agua a lo largo de los ríos Lerma, Turbio y Laja” (Ibid., inserción nuestra).
Hasta el momento no se ha establecido la cronología específica de la zona arqueológica de Ibarrillas, pero de acuerdo con las descripciones dataría de la Fase Chupícuaro Reciente 2, justo en el período de transición hacia el origen ideológico y material de la tradición Patios Hundidos.
Ya hemos establecido claramente que la expansión de la Cultura Chupícuaro hacia el norte se produce a través del corredor hidrológico Lerma-Turbio, pero antes de continuar nuestra discusión sobre el papel de la región leonesa en el ámbito mesoamericano, es preciso retomar algunas premisas con respecto a los eventos geológicos que produjeron el hiato de la Interfase Chupícuaro, así como la expansión del grupo hacia Occidente y su relación con Teotihuacan.
5. La Fase Mixtlán y el crecimiento teotihuacano.
Nuestra idea es que parte de la población Chupícuaro habría buscado refugio en Cuicuilco justo al inicio de las inundaciones a fines de la Fase Chupícuaro Reciente 2, llevando consigo su complejo cultural. Tras el colapso de Cuicuilco –también por motivos geológicos-, parte de la población se habría desplazado hacia Teotihuacan, mientras que otro sector habría retornado al Valle de Acámbaro, trayendo consigo el complejo cultural Mixtlán.
Por otra parte, otro grupo de la población Chupícuaro debe haber logrado permanecer en el área, estableciendo asentamientos temporales a los márgenes del creciente lago, hasta que a partir del año 0 algunos sitios fueron reocupados de manera permanente por pobladores de a fase Mixtlán.
Otra migración importante debió producirse rumbo a Occidente, si recordamos que se trata precisamente del origen de la esfera cultural a la que Chupícuaro estuvo circunscrito. Más aún, a partir de los eventos geológicos arriba descritos, es que aparecen en norte de Michoacán una serie de asentamientos que producen una cerámica muy asociada con la tradición Mixtlán, tales como Queréndaro o Loma Alta.
Por otra parte, de acuerdo con Faugère y Darras (s.f.d.: 11) es sumamente interesante observar que es precisamente en dichas áreas del norte de Michoacán donde se han hallado los únicos indicios de materiales definitivos de una influencia teotihuacana en Occidente, que fueron comerciados o elaborados localmente mediante el patrocinio de las élites locales.
“Si aceptamos la idea de que el arranque del crecimiento de Teotihuacan como capital multiétnica, más o menos a la misma época, esta favorecido por la llegada de poblaciones procedentes entre otras zonas del sur de la cuenca de México y del Estado de Pueba-Tlaxcala, podemos pensar que la presencia de objetos de prestigio de estilo Teotihuacan en el norte de Michoacán tendría que ver con la reactivación de unas afinidades ideológicas antiguas entre ciertos grupos instalados en Teotihuacan y las élites locales en busca de objetos de prestigio” (Ibid.)
Aún más, aprobando la noción de que un grupo Chupícuaro se desplazó hacia Cuicuilco y Teotihuacan, el vínculo físico entre las tres regiones queda firmemente establecido, lo cual es además apoyado por los materiales arqueológicos.
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1.
De acuerdo con Darras y Faugère (2005), el estudio de la estratigrafía señala que las primeras aldeas Chupícuaro se asientan directamente sobre la capa negra del suelo forestal (en tiempos prehispánicos, las zonas discutidas en este ensayo correspondían a bosques de pino-encino [Braniff 2001: 82, figura 3]).
2. Por supuesto, Schöndube se refiere al asentamiento mismo de Chupícuaro y no a la región en sí. Excavaciones conducidas recientemente en diversos sitios del Valle de Acámbaro, permiten conocer hoy en día la arquitectura que caracterizó a la Cultura Chupícuaro.
3. De aquí la justificación para el cometario de Braniff (2001), si bien su decisión de ignorar los pocos vestigios arquitectónicos detectados en el sitio nos continúa pareciendo inadecuada en vista de la falta de información con respecto a la cultura material Chupícuaro.
4. Este rasgo es también diagnóstico de la tradición cultural occidental de la que la Cultura Chupícuaro formó parte.
5. Una vez más, este rasgo cultural es decisivo para la filiación de la Cultura Chupícuaro con la esfera cultural de Occidente.
6. No obstante, considerando los datos de Isralde et al. (Ibid.), nosotros nos inclinamos a favor de una fecha 100 o 150 años más temprana.
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